sábado, 11 de octubre de 2008

Retroceder nunca, Rendirse jamás!!


El árbol caído que ven en la foto -no ese esqueleto que está en primer plano-, luchó hasta la última raíz para no ser vencido por las huestes malévolas de Castañeda. Hasta hoy me duele no haberle tomado una foto antes de su caída, allí en ese tramo de la avenida Colonial donde sobrevivía orgulloso, autosuficiente, alimentándose apenas de las garúas que caían en Lima, mirando indiferente a los aún más indiferentes vecinos, convencido que no necesitaba de la estúpida humanidad para sobrevivir, aunque ello significara ver cada día el árido paisaje sin fin de autos pasando una y mil veces por el mismo lugar, gente bajando y subiendo, subiendo y bajando de ellos, sin cesar, sin detenerse...
Oh pobre amigo. No podías imaginar que los autos, esos mismos que destruyen día a día el planeta, necesitaban más sitio para seguir su indetenible marcha, su absurda monotonía. Que el llamado Castañeda cree que abriendole surcos nuevos a esas amenazas de la humanidad va a hacer de esta una ciudad mejor. Obviamente no puede haber una Lima mejor, ni siquiera peor. Pero como estamos todos ciegos lo dejamos hacer. Él resisitió los primeros embates. Él y un amigo que también trato de resistir, nada menos que un papayero, ingenuo, cándido, que nació de casualidad al lado de esa avenida. Un día, mientras me aprestaba a abordar una combi -que me queda, aún soy parte del absurdo-, vi lesiones horribles en su tronco. Lo habían intentado derribar a hachazos. No habían podido, y los surcos del arma eran laceraciones blancas. ¿Es necesario que un árbol sangre como un ser humano para sentir su dolor? Tercamente se mantenía en pie. Cuando finalmente me decidí a tomar la foto, sólo encontré los restos de su cuerpo. Se habían ensañado con sus raíces, las habían esparcido alrededor, y su cuerpo mutilado estaba regado por un buen tramo de la avenida. Lance una pequeña exclamación cuando baje de la combi criminal en que venía y vi ese horror. Algunas personas, en el paradero, dirigieron sus miradas hacia donde se dirigían las mías, pero ellos observaron una pequeña máquina excavadora que un par de truhanes manejaban divertidos. Me quede mirando el destrozo un rato, y luego tomé la foto. Nunca más lo vería al llegar a casa, orgulloso e indiferente a la gente, inutilmente hermoso, los brazos abiertos al cielo y sus cabellos verdes ondeando alegre o melancolicamente.
Estúpida, estúpida humanidad!!!

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